lunes, 20 de julio de 2009

Viejos textos

De vuelta en Buenos Aires

Apenas bajamos del micro notamos la diferencia. Esa humedad, fria y dolorosa, pinchaba los huesos como solo lo hace en las madrugadas de invierno de Buenos Aires.
La terminal estaba casi vacia. Dos tipos le pateaban penales al aburrimiento en el anden con una pelotita de papel estrujado mientras nuestro micro, el unico en la zona de darsenas, seguia viaje hacia Rosario. La soledad parecia haberse adueñado de la terminal, del barrio, de la ciudad entera, ayudada por el frio y la llovizna.

El paisaje en el pasillo interno de la terminal no diferia del resto. Poca gente, algunos vagabundos que usaban los asientos y el techo para escaparle al frio y a la lluvia de la noche, dos que llegaban, nosotros dos que nos ibamos y un corredor recto y color cemento decorado por cientos de negocios dormidos hasta que las primeras luces del dia los despierten. El unico comercio abierto a las 3 y media de la mañana era un puesto de diarios. Pense en comprar el Ole pero el kioskero me gano de mano. "No hay noticias hoy che?", le pregunto al diariero un hombre que apretujaba en su mano un café hirviente . "No llegaron todavia, parece que hasta los diarios se quedaron dormidos", contesto el kioskero con gesto amargo. Seguimos nuestro camino entonces, sin novedades en papel y con la vista fija en el taxi.

El tachero eligio un camino digno de city tour: juncal, 9 de Julio, Av. de Mayo, Rivadavia, Hipolito Yrigoyen. Ana tenia sueño. Se apoyo en mi hombro luego de pelear con el cierre de su mochila gigante y cerro los ojos. La mire: estaba cansada pero feliz. Habia cumplido con su pequeño sueño de irse de vacaciones de invierno por primera vez y nada parecia alterarla. El auto cruzó la ciudad rapido y entre los charcos. La somnolencia de los hombres se reflejaba en el silencio y la soledad de la calle. Algunas almas sin destino fijo buscaban algun hueco donde salvarse del castigo del frio y el viento. El Congreso, gigante, implacable, anfitrion de grandes multitudes, se resignaba a su suerte de paisaje ignorado entre el gris plomo de la noche.

Anita bajo en su casa y me dejo el ultimo beso que le permitia el cansancio. El viaje habia terminado para ella, a mi me quedaban unas cuadras mas surcando la soledad del barrio.
Doblamos en urquiza. Primer semaforo rojo. Giro la cabeza y veo a un hombre revoleando una bolsa de basura. El objeto cruza la calle sin mirar el transito y parece un proyectil. Ahora descansa junto al poste en el que frenó su vuelo y vuelve a ser material de desecho. Una cuadra mas, otro semaforo rojo. La esquina se viste de mujer pero tiene cara de hombre. El taxista mira, entre el asco y la aprobación y ella se da vuelta, camina unos pasos sobre sus botas negras y exhibe todo lo que la minifalda nunca llego a sugerir. La imagen atrae pero la realidad, de espaldas pero nunca ausente, prevalece. El taxi sigue su camino por urquiza hasta san juan. El viaje termina y las monedas alcanzan a completar, con esfuerzo, el pago que nos arranco los ultimos billetes de la travesia marplatense.
Calle La Rioja, el barrio como siempre, gris de madrugada, invierno ambar en los faroles de la cuadra. El kiosko con sus luces y la ventanita abierta son las unicas señales de vida en mas de 200 metros. Ahi esta el Chetecua, capitan del barco sin rumbo que es San Cristobal a esta hora de la noche. Se dijo que alguna vez tuvo mujer, casa y hasta hijos, pero que la vida se le planto con una de esas razones un tanto turbias y termino en la calle, con la compañia de siempre: el tetra. Desde lejos lo veo apoyado como siempre en el filo, dandole charla a una borrachera que alguna vez empezo y ya nunca va a terminar. Despeinado, ojeroso, enorme, con las canas de antaño. -Buen dia- me dice y su voz cirrosica parece quemarle la garganta con cada palabra. -Buen dia, chete- contesto mientras lo escucho reprocharse que dijo buen dia y el sol aun ni pinta por estos lados...

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